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De la masculinidad tóxica

Por Adrián García

“La mayor parte de los hombres llevan vidas de callada desesperación”

Henry David Thoreau

Ensenada.- Alrededor de 80 mil mujeres (según cifras oficiales, se calculan más) marcharon el pasado domingo en la Ciudad de México y miles más, en diversas ciudades del País. En Ensenada, el calculo es de alrededor de 1000-1500, tenia rato que la demanda de mejores condiciones para desarrollarse, vivir en seguridad y de oportunidades no convocaba a tantos miles de personas a las calles.

El día siguiente, fue el llamado “Un día sin nosotras” donde para concientizar acerca del problema de los feminicidios y desapariciones de mujeres, millones de mujeres decidieron removerse así mismas del que hacer diario. Según los cálculos esto tuvo un impacto económico por el orden de los 34, 571 MDP, donde los sectores mas afectados fueron el educativo, salud y de servicios.

Huelga decir, que quedo perfectamente claro que es lo que aporta la mujer en todos los aspectos de la vida nacional.

Pero, ¿y nosotros que? ¿Qué les toca a los hombres hacer, decir, reflexionar?

Podemos empezar hablando de la llamada “Masculinidad Toxica”

¿Qué es? Contrario a lo que se puede pensar, la masculinidad toxica no significa que ser hombre sea inherentemente malo, eso sería una posición muy absurda por tener, pero si significa que como hombres tenemos, en muchas ocasiones, actitudes (aprendidas por crianza o por nuestro ambiente en el cual crecemos) que llevadas al extremo hacen que podamos ser perjudiciales para nosotros mismos o para otros.

Debemos de partir de la idea que no hay un concepto universal de masculinidad. Hay quien piensa que ser hombre es, ponerte el rifle al hombro e ir a cazar. Hay que piensa que es criar a tus hijos de forma correcta, proveyendo y estando ahí para ellos.

¿Pero, cuando mucha masculinidad es peligrosa?

Cuando dejamos de sentir. Cuando nos tragamos nuestras emociones y las reprimimos. Y en vez de pedir ayuda, lloramos al son de alcoholes y de Vicente Fernández o en la soledad del cuarto, donde nadie nos ve. Frustrados, desesperados por no saber ni poder expresar el dolor, porque llorar es para niñas.

 

 

 

Es crecer con la idea de que escribir poesía, llorar, tener hobbies considerados como femeninos como cocinar, bailar cantar, son malos, ¿por qué? Porque los niños no hacen eso y punto. Nos hace creer con la idea de que algo tenemos de malo, que no podemos ser nosotros mismos. He conocido a jóvenes extraordinarios con la pluma, con el dibujo, pero cuyos sueños murieron en la maleza por que de “maricones” no los bajaban.

No he conocido a hombre rudo, mujeriego, violento, misógino, con complejo de Juan Camaney, que no llore cuando le escarbas un poco a su alma. Victimas de sus propias circunstancias, de sus propias decisiones, pero también de los dados que le cargo la vida.

Cuando pasamos por dolor de amores, dolor de sentirse abrumado por el trabajo, por la familia, por el estatus de tu vida, el consejo común es “aguántese como los machos”, o, mejor dicho, “trágate tus emociones y aprende a lidiar con ellos a través del alcohol, la fiesta o de plano, la negación”, es la noción de que como hombres lo mejor que podemos decirles a nuestros amigos que por fin se animan a compartirnos sus pesares, les recetemos un: “Chale, que mal pedo”

Y eso es toxico.

No creo que la solución a esto sea un “cállense los hombres” ni tampoco una negación de que el hombre tiene atributos propios de su género que los pone en otro peldaño diferente a la mujer. Ni superior, ni inferior, solo diferente.

No eres frágil por querer pedir ayuda, ni tampoco vivir tu vida en un campo muy estrecho de lo que es ser hombre o no, solo tu puedes definir eso. A los demás nos toca respetarlo, apoyarlo y celebrar que ser hombre son muchas cosas. Y que querer expresar lo que sentimos no nos convierte en nada más que en humanos.




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