Por Néstor Cruz Tijerina*
Me estaba acordando que el otro día, después de un año de noviazgo terminado, le escribí un correo electrónico a mi ex con la cual compartí techo, le di anillo de compromiso (en realidad fueron dos: larga historia) y, en lo general, fue la persona de la que más he aprendido sobre ese tema a mis casi 32 días del nombre.
Y lo utilizo como entrada de artículo porque ahí sí que me extendí en este tema, y cualquier cosilla que escriba aquí se quedará corta.
A nadie le importan mis rollos amorosos, claro, pero quiero aprovechar el recuerdo y la fecha para hacer una reflexión sobre lo que significan en estos tiempos las relaciones carnales, sentimentales, contractuales, o como ustedes quieran nombrar a esa convivencia que tenemos en pareja.
En primer lugar, la crisis económica y los gobernantes ojetes le han pegado a todo en su madre, en eso podemos estar de acuerdo: a la seguridad pública, al nivel académico, al transporte colectivo y por supuesto, al romanticismo. A todo, pues.
¿Por qué? Pues porque ahora las morras no sólo se fijan en que el batillo sea carita. Y al compa, empero, tampoco le basta con que la jaina esté buena: ahora tiene que cooperar al momento de pagar la cuenta y, en situación de emergencia matrimonial, pues debe tener una profesión, en el mejor de los casos, o chambear en la fábrica, o donde sea, pero debe de apoyar para comprar el mandado y mantener a los hijos que, como cuestión contracultural, en la familia del mexicano promedio siguen siendo muchos -pa como está la cosa-.
Claro que con esto no quiero decir que mi ex fuera una interesada; sólo estoy dando un contexto, y ya después les chismearé poquito a mí como me fue en estos tiempos de amor posmoderno… Y bueno, ahora sí paso a la materia que quiero tocar, a propósito de su 14 de febrero:
Vivimos tiempos de desamor. Hablar de amor, más que estar pasado de moda, está devaluado. Al que habla de amor se le tacha de cursi, naif, de intenso, de ñoño, de teto y un largo etcétera de peyorativos.
Por otra parte, es cierto que hay un empobrecimiento de la dimensión del amor, patrocinado principalmente por dos cosas: el narcisismo y el consumismo, que suelen compartir ambas caras de la moneda.
El narcisismo que sólo tiene ojos para sí, productor en serie de indiferencia, de desprecio al otro, de vacío, se refugia en el consumo, que ha venido a suplantar parcialmente al amor para convertirse en un placebo: la frase “dé amor, no lo compre” ilustra lo que digo.
En la historia de la filosofía la reflexión sobre el amor ha intentado abordar el tema desde diferentes aspectos: entre los sexos, el de las relaciones interpersonales, el sensual, a los objetos, a las ideas, a ciertas actividades, a comunidades, el filantrópico, a x dios…
Pero el reduccionismo que después llegó y hoy gobierna al mundo, quiso que todos nos quedaramos con una idea, por demás falsa: la del amor platónico. Ni cómo ayudarnos.
No sólo los griegos hablaron de amor, la lista es larga y hasta el buen Cioran, tan negativo y depresivo, se da el lujo de abordar el punto.
Por su parte, la ciencia, en su calidad de aguafiestas documentada, pugna por situar al amor en el ámbito bioquímico. De ser así comenzaré a verme a mí y al resto del mundo como botargas manejadas por el área tegmental ventral, el núcleo acumbes, el pálido ventral y el núcleo dorsal del rafe. Esto sin olvidar el buen criterio de la dopamina, claro está.
La ciencia liberó al pobre corazón de la terrible responsabilidad que significa cargar con la pésima reputación de romperse y reconstruirse en ese ciclo interminable de tragedias cotidianas.
La literatura, el cine, el teatro y las artes plásticas han contribuido desde diversos enfoques (algunos no tan buenos) a mantener viva una reflexión sobre el amor. Lo cierto es que el amor merece ser rescatado como fundamento del hombre en relación consigo mismo, con el otro, con el planeta, con la vida.
La deshumanización creciente que vivimos, no es otra cosa que una expresión de la ausencia de amor en el hombre y en cierto sentido, el triunfo de la muerte.
Al amor se le rescata pensándolo. Es un mito que el amor es ciego, todo lo contrario: está lleno de ojos. Uno de esos ojos es la inteligencia. Al amor se le rescata en la medida en que se incorpora a cada una de las dimensiones de la vida, y no sólo respecto al amor de pareja.
Esta 14 de febrero, aunque signifique una mierda, sería ideal para olvidarse del amor como lo conocemos y comenzar a pensar en el amor que necesitamos como integrantes de una familia, como amigos, como parte de una comunidad, como ciudadanos, como votantes, como trabajadores, como creyentes, como parejas, como el otro, con el otro y desde el otro.
Porque, créanlo o no, estos son tiempos de amar.
…….
Ah, ¿pensaron que de verdad les hablaría a una bola de extraños de mi ex, la de los dos anillos ahora en la casa de empeño, pa que pudieran reírse agusto de mí? Pues no jeje. La quise mucho, claro; la odié mucho, también, pero ahora todo eso es muy lejano. Así que bye.
Néstor Cruz es periodista. Director de la revista Reportaje. Cursi incurable.