Por Martín Espinoza
Ensenada.- Me paré a un lado del carro pensando que se me había olvidado una cosa. Hace una semana había tenido qué reemplazar la llanta a causa de un pequeño rasgueo que había terminado estropeando todo el hule. Y ese día iríamos a la Bufadora. Es un sitio turístico que consiste en una cueva que se asoma por un costado de un cerro sobre el mar. Como el fenómeno natural formado en ello es único en el mundo, no es de extrañarse que se haya rodeado de puestos de recuerdos, restaurantes y otros atractivos para la gente que no tiene nada mejor qué hacer.
El caso es que no estaba seguro de cómo funcionaba eso de una llanta gastada. Aguantaría la distancia ininterrumpida de alrededor de media hora de carretera? Decidí que estaba exagerando, ya que era un camino pavimentado. Ya no vivimos en el viejo oeste, donde las herraduras de nuestros caballos se desgastan por las piedras. Así que me empaqué con lo necesario. Dos gatorades pala calor, una chamarra por aquello de que da frio en la costa, el paquete de cigarros que compramos mi prima y yo la noche anterior y mi celular recién cargado y sin megas. Nos subimos mi prima, mi hermano y yo y encendimos.
Así que nos aventuramos a la propiedad de gobierno en el suelo del municipio más grane del mundo, hacia el destino turístico único en el mundo. Por lo cual uno supondría que en esta era de información en la que los atractivos deben verse…pues atractivos, estaría bien cuidada. Si se supone que Ensenada se llena la boca de ser un destino de belleza. Pues con qué nos venimos a encontrar?
Yo fui para Punta Banda (que queda de camino) por eso de Noviembre (a siete meses de la actual redacción) Y me encontré con un enorme tramo de la carretera sacado a martillazos, que por que la estaban reparando. Bueno, normal, las calles vencen su tiempo, igual que todo en este universo. Pero como mes y medio después, la reparación de la carretera había avanzado solo como un kilómetro.
Dejé el asunto en mis recuerdos hasta el otro día, del mismo que les relato. Todo se veía bien por los caminos que previamente se habían arreglado. Muy bonito, muy limpio. Pero mientras avanzamos, llegamos a otro tramo de la carretera que no se había terminado. Siete meses de labor, media hora de camino parece inarreglable. No sé si el proceso de construcción sea así de lento, yo soy una persona de escritorio que no levantaría más de diez kilos a menos que su vida dependiera de ello. Pero la verdad de me hace un tanto exagerado.
La preocupación se estacionó en mi cuando volví a pensar en la llanta de repuesto que traía y las piedritas del camino sin pavimento por el que pasábamos. Un tipo adelante preocupado por sus carentes amortiguadores no ayudaba, y nos traía a vuelta de rueda.
El camino se prolongó otros 20 minutos de lo que normalmente lo haría, pero después de sortear las peligrosas curvas, llegamos al poblado lleno de gente con shorts, lentes oscuros y vestidos de verano. Estacionamos el carro por 25 pesos con un hombre que tenía más barba de un lado que del otro, y nos encaminamos a aquel lugar donde cada puesto vende lo mismo que el anterior. De micheladas de cien pesos, piñas coladas en piñas de verdad, almejas gratinadas y ni un solo puesto de cigarros sueltos (por lo que tuve que regresar al auto por la cajetilla). Me compré unos lentes piratas, mi hermano un ajedrez miniatura y todos comimos muchas chucherías. Ofrecida cada cosa por personajes muy singulares como el elotero que decía que los elotes estaban tan buenos que se comían solos y vendedores de bebidas que no sabían sumar. Al final disfrutamos del espectáculo del agua siendo disparada por la cueva de los bufos.
Todo se veía óptimo en aquella tarde dominguera cualquiera. Regresamos al auto y pasamos por las curvas mortales sin problema. Ya estábamos agarrando el camino medio recto de regreso a casa cuando la calle a la cual aún no llegaban estos arreglos, hizo de las suyas en contra de mis leyes de Murphy. Pasé por encima de un hoyo que ni siquiera se veía tan ancho y algo tronó.
En esos momentos no vale la pena ponerse histérico. Solo busqué un lugar para orillarme. Y le llamé al seguro. Si hubiera traído mi llanta de repuesto, esta historia no tendría mucho chiste, pero la cosa es que como dije: la acababa de usar.
En la vida actual existen los seguros, aditamentos muy útiles para la vida diaria y los improvistos. Llamé a la compañía en la que tengo mi auto. El enorme problema es que no me podían mandar ayuda si no les decía mi ubicación exacta. Así que busque señas a lo largo de la carretera en reparación. Nada. Ni letreros de aviso ni marcas de qué kilómetro era. Acto seguido, dos autos se pararon en la misma salida y cambiaron sus llantas.
“un bache aquí en la curva”. Mi mismo bache.
Todos arreglaron su problema, menos el niño que no sabía dónde estaba ni tenía su llanta de repuesto, ni una llantera cercana, ni nada a dónde acudir. La vida actual, con un problema del viejo oeste. En aquellos tiempos, los cuidados del gobierno no llegaban hasta este lado del país. Era una tierra sin ley que tenía que valerse de los bienes a su alcance. Qué curioso, no?
Por fortuna, mi hermano tenía GPS. Para mí esa tecnología todavía es magia, como para muchos de este lado de la frontera y en estas áreas de México. Para nosotros aún no es cultura check-in, el tweet, la publicidad en redes sociales. Somos un rancho que cree que esas cosas son juguetes.
Un rancho con un camino sin pavimento en el que si te quedas a medias, estás perdido.
Este hecho fue especial para mí porque estuve parado en medio de la nada durante 7 horas. Verán, los de la aseguradora me mandaron un ajustador, luego una grúa que no debía salir si no la autorizaba el ajustador. Pero la grúa del ajustador me la iban a cobrar y reembolsar después…pero yo traía 150 pesos en la cartera y no iba a librar tal precio. Así que me mandaron una grúa de las que tienen contrato con ellos, pero cancelaron al ajustador. Me avisaron que no iría el ajustador y yo pregunté por qué. Con esto, se desbalancearon y cancelaron la grúa, mandaron al ajustador, y ya nadie iba a venir a mi ayuda.
Para esto eran las 8 de la noche y no había solución aparente. Volví a llamar al seguro y por fin acordaron que verían la disponibilidad de las grúas . Muy amables me informaron que la grúa más cercana iría a atenderme…en tres horas.
Yo me resigné. Saqué los últimos cigarros y me puse la chamarra. Por suerte traía una cobija en la cajuela, junto a la llanta de repuesto reventada.
Ya estaba entrada la noche. Casi daban las once, cuando otro problema de la vida forajida hizo check in. Un auto pasó muy lento, luego se dio reversa y se nos emparejó. Un tipo con una botella a medio terminar se bajó y se asomó. Cuando se alejó, bajé la ventana y le pregunté cuál era su asunto. Mi prima y mi hermano se enjaretaron en el carro a mi recomendación, porque no se veía nada saludable aquel sujeto. Él dijo “estoy buscando a mi vieja” no pude evitar que me diera risa a lo que ´l contestó con violencia: “Estoy siguiendo un carro, o qué crees?” seguido de varias groserías.
O sea que además de mal cuidada, esta carretera está mal vigilada. Digo el tipo venía desde quién sabe dónde, manejando erráticamente y deteniéndose a esculcar cada auto del camino sin que nadie hiciera nada.
Ya a media noche, juro que escuché trompetas triunfales en mi cabeza cuando llegó la grúa de la aseguradora. Engancharon mi pobre auto (que ya ha de estar pensando abandonarme) y nos fuimos por fin a casa. El operador me contó que la razón por la que deben tardarse tanto es porque no existen en la localidad. Ni permisos ni concesiones. La grúa más cercana está en Rosarito.
Mi auto, mis familiares y yo pasamos desde las 5 de la tarde hasta las 12 de la noche en un lugar temporal y espacial por demás bizarro, donde convergen la actualidad que uno traiga consigo y las llanuras del pasado, en que parece que a la planeación urbana le valió un comino asomarse. A pesar de ser el camino a minutos de un destino turístico único en el mundo.