Por Néstor Cruz Tijerina*
El otro día estaba en una fiesta y de repente empezó una canción horrible de Garibaldi. Entonces por inercia agarré el celular y escribí en mi cuenta de Facebook que a mí me ves bailando la Sopa de Caracol y se te moja la rana para siempre. Y agregué el adjetivo calificativo «bebota», para darle un ambiente más vulgar de lo que de por sí ya era.
¿Creerán que alguien se lo tomó en serio?
Digo, si tuviera entre mis contactos a gente que no me conoce y me pusiera a agregar a todas las morritas que enseñan las shishotas en el avatar, o bien, a alguien que me cayó chido por lo que le comentó a un amigo, entonces ahí sí te creería que pensara que soy un sicalíptico que hace bailes eróticos para atraer al sexo opuesto, como si fuera una Ave del Paraíso degenerada y sedienta de ganas de apareamiento.
Pero pues no. Ahí en el Facebook tengo a pura gente que me conoce en persona, o que por lo menos hemos platicado varias veces y tenemos cierta confianza para hacer bromillas y burlarnos de algo.
Entonces les sigo contando: esta persona de mis contactos va y le dice a un familiar que algo me está pasando, que mi comportamiento no es normal, que debo de estar malito de mi mente para maquinar algo así de cochino.
Imagínate. Yo: un maldito grandote de 1.90 carente de ritmo y simpatía, amante del rock progresivo de los setentas, del jazz y de la música de cámara, más serio que un Papa hablando de pederastia en público, bailando la god dammit Sopa de Caracol de forma concupiscente… carajo, deveras que hay que ser idiota. Y nada me cae más gordo que sacar de su error a un adulto idiota funcional que no entiende la ironía.
Esta anécdota y otra reciente en donde un conocido de años que se dedica al activismo de un montón de cosas, pero particularmente de animalitos, me bloqueó porque escribí que si la gente realmente amara tanto a los perritos y gatitos los dejarían libres y no los tendrían de mascotas sometidas al capricho tiránico de sus voluntades (texto dirigido obviamente a quien encierra y amarra a los perros todo el maldito día, dañándolos feo)… estas dos cosas me hicieron reflexionar sobre el uso que le damos al regalo de la tecnología que son las redes sociales.
¿Qué es lo que más vemos en Facebook? Obvio: memes. Chistes en su mayoría racistas, o sexistas, o clasistas o de cualquier cosa que nos podamos burlar simplemente por ser diferente. Sí, igualito que en la vida real.
Y es que precisamente la red social, al regalarle al usuario la oportunidad de publicar las telarañas que trae en el cerebro, nos ha permitido tener una radiografía del grado de infantilismo ñoño en el que se manejan los adultos contemporáneos:
Cuarentonas hablando de amores de Disney. Veinteañeros difundiendo alegremente su alcoholismo y falta de nivel cultural. Treintañeros quejándose de sus horribles trabajos. Snobs de todas las edades difundiendo citas de autores literarios de los cuales jamás han leído un libro completo. Depresivos y depresivas que pregonan frases motivadoras de casi siempre los mismos autores (frases que si hubieran tenido padres con tantito sentido común y afecto, no las difundieran como si fueran la gran novedad: amor propio, lealtad, compañerismo, amistad…)
En fin. Neta que, cuando veo puro meme entre mis contactos y lo que hace la gente, por lo general, con sus redes sociales, a veces siento nostalgia por la época de silencio público en que no existía nada de eso.
Antes uno veía, por ejemplo, a la vieja maestra matrona de inglés con un respeto institucional, como alguien que si te decía que white era blanco no cabía la menor puta duda de que así era. Porque su porte e investidura eso te imponía. Pero ahora, coño, qué autoridad se le puede dar a esa misma maestra que publica en su muro un meme de «el viejón agrio» que dice que «me tuvistess, me perdistess y te la pelastess»; sólo por citar algo.
La ridiculez pública. Eso es, la mayor parte del tiempo, Facebook. La pobreza de ideas. La uniformidad intelectual en un maldito oberol del Chavo del Ocho. Humor simple, blanco, inofensivo, la mayor parte del tiempo grotesco, carente de cualquier cuestionamiento y profundidad. En resumen: la programación de Televisa llevada a las computadoras.
De hecho sucede algo muy simpático. Hace poco le puse a la tele abierta y me di cuenta de que las grandes televisoras, preocupadas porque la mayoría de su público consumidor ahora está enajenado con el celular o la compu, ahora resulta que pasan videos típicos de madrazos de Youtube o los memes de los que les he estado hablando de Facebook. Además, los últimos chismes de Twitter. Toda una smart tv, sin duda.
Pero bueno, creo que los que tenemos cuenta en FB hemos visto los memes, por eso no me extenderé más y paso a otra especie cada vez más creciente en la red: el guerrillero virtual, el indignado con teclado, el anticapitalista con Ipad, el socialista que difunde su asamblea de compillas a través de los megabytes.
Estos son bien agresivos. Si por ejemplo les dices que el Peje difícilmente cambiará al país con tanta gente pendeja que hay por ahí pululando (y aunque quizá en el fondo el Peje te caiga bien y pienses que sea una mejor opción que el PRI), entonces ya-te-amolaste: los cheguevaras con 3G te van a soltar un rollote que se resume en que no lees, en que la tele te volvió un borrego y en que eres una persona insensible que no se conmueve ante las desgracias humanas que genera el sistema.
Y claro que hay un montón de idiotas de tele que no leen y que les importa un pito que 50 millones de personas en el país batallen para tragar; pero aquí el problema es que los eduardogaleanos con modem se te van a la yugular si les dices, así nomás por convivir, que esos pinches discursos larguísimos del Peje son bien aburridos y no atienden el verdadero problema, que es humano, no de una identificable oligarquía, y entonces se encabronan, te atacan, insultan, denostan y hasta deben de escupir en tu foto de perfil, dejando su pantalla verde de flema espantosa.
O te bloquean y no sostienen un prístino argumento, como mi cuate ex contacto, cancelando la bella oportunidad que nos da la tecnología de enseñarnos, quizá, algo nuevo. O, chingá, de aclarar un malentendido.
Ojo, no digo que todos los noamchomskys sean intolerantes, pero sí la mayoría de este tipo de personas. ¿No me creen? Nomás métanse a los grupos o páginas de diferentes asociaciones civiles que se dedican a esos rollos.
Es una pena que teniendo la información de todo lo qe efectivamente está mal, no puedan tener la paciencia, el amor por la humanidad y la buena educación de dar el mensaje a través de canales de lenguaje más bondadosos. Convirtiéndose así en parodias y oximorones: gente que se preocupa por «la gente» alegando motivos «nobles», pero que insultan a todos los que no piensan como ellos. Como si cada persona no fuera por sí misma un universo distinto.
También hay individuos, y aquí entran los más viejos, que ya se tomaron bien en serio eso del activismo político por Facebook, cansados de que la marcha y el mitin sirvan para pura madre, y están convencidos de que poniendo un montón de ligas a artículos de izquierda van a lograr una revolución.
Y quizá aquí no tenga nada malo que decir, excepto que son contadas con los dedos de una mano las personas que abren el link y se sientan a leerlo concienzudamente, con el contexto histórico y la capacidad real de discernimiento.
Los que publican esta «valiosa» información se olvidan que un lugar lleno de fotos de cachorritos y leones abrazando gente, un lugar lleno de frases de Coelho, angelitos sanadores y morbo por niños deformes, difícilmente será un lugar serio para debatir de política, de economía, de derechos humanos y demás temas que, por su mismo papel fantasioso y desgastado en la actual comunidad, ya no le importan a nadie.
¿Cuál es mi propuesta respecto a las redes sociales? En realidad ninguna. Que cada quien siga escribiendo lo que le salga del forro de los huevos.
El otro día me encuestaron en la calle respecto a mis usos y costumbres en Facebook, y con todo cinismo les contesté que sólo pienso lo más asqueroso que se me pueda ocurrir, lo que más pueda irritar a mis contactos, lo que más destruya al lenguaje, y entonces agarro el celular y lo escribo. ¿Por qué? Por troll.
Y porque ya me cayó el 20 que ninguna red social es detonante de nada mientras no exista empatía por lo que le pasa al de a un lado. Indignación por nuestra forma de vida cara y mediocre. Resentimiento contra los hijos de perra que nos roban en la cara. Y finalmente: ganas de hacer algo para que ya no siga sucediendo.
Mientras tanto, Facebook y las demás redes sociales seguirán siendo lo que son hasta ahorita: Aparadores de nuestras carencias y de nuestra falta de gracia e imaginación.
¿Twitter? Me parece mucho más padre que Facebook. Ahí sigues a quien tiene algo que te gusta por decir. Ahí leo a los grandes poetas de nuestro tiempo. Me entero de las noticias de forma rápida y sin tanta mamucada de relleno. Veo las fotos personales de mis actrices porno favoritas; qué sé yo. Casual, como bromeamos por ahí 🙂
Ya en serio, las redes sociales son una grandiosa herramienta… cuando el chango que la usa tiene algo interesante que compartir. Cuando no, sólo te saturará de fotos de su jeta, chichis, nalgas y botellas de alcohol. Y te pondrá memes. O te compartirá fotos de lo que come, porque ya ustedes saben: comida, hambre, imprescindible. Y ya, sería todo el mensaje; años de evolución teconológica para eso. Fin.
*Néstor Cruz en Periodista. Director de la Revista Reportaje. Sígueme en… no es cierto. No me sigas.