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Sobre la movilidad y los micros

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Por Néstor Cruz Tijerina.

Ensenada.– Hace rato estaba sacando cuentas y vi que ya voy para un año de la decisión de usar menos el carro. ¿Motivos? Desde lo más obvio como tomar en serio que la tierra se está calentando por los residuos de nuestros vehículos en la atmósfera, que hacen que los rayos del sol no reboten en el suelo como antes y se queden aquí… hasta que ya me quité la tara mental de ir en carro a 10 cuadras de mi ubicación, teniendo pies y bicicleta.

No sé si conozcan otros lugares, pero Ensenada está bien chiquita. Y no quiero sonar como jipi del tamborcito que se volvió vegano y ahora quiere convertir a todos en gente new age. Quiero hablar en serio de que nuestras costumbres le están costando caro al lugar donde vivimos.

La tierra es el único hogar que tenemos hasta que podamos colonizar otros planetas, lo cual sucederá, si sobrevivimos como especie, en cientos de años. La herencia de nuestra ignorancia -u oídos sordos- a las advertencias que ya nos viene dando desde hace muchos años el sector científico, será terrible: un lugar inhabitable para la vida, tal y como sucede con Venus, donde las temperaturas son extremas y los gases, irrespirables.

Sí, ya sé que me leo muy apocalíptico y que la mayoría piensa que dejar el carro es algo radical, como dejar, por decir, la rasuradora, o el maquillaje. Pero de este tema se debe de empezar a hablar, primero, con humildad, reconociendo que el ser humano es históricamente negligente hasta que ya tiene la bronca encima. Y entonces sí: se pone a pegar las cosas con colaloca.

Y carajo, tampoco estoy diciendo que los carros no sirven: claro que hacen un parote, como decimos vulgarmente. Pero lo feo es que la industria petrolera sigue quitando y poniendo gobiernos a discreción. No hay funcionarios ni legisladores que se animen a impulsar energía solar, eólica y tanta palabrita que nomás al escuchar ya nos da alergia contra jipiosos.

¿Deveras el ser humano es tan arrogante que piensa que la tierra es nuestra subordinada y que aguantará eternamente nuestro crecimiento desmedido y el desarrollo de la industria no sustentable? Mucho tiempo lo hemos sido; hay que recordar que hace poquitito creíamos que la tierra era el centro del universo. Y que el sol sale para nosotros. Esa expresión la seguimos utilizando como viejo legado lingüistico de nuestros ignorantes antepasados.

Y no está mal ser ignorante, en serio, mientras se mantenga viva la curiosidad y la opción de cambio. No hay que casarse con la rutina, ni con un solo lugar, ni con una ideología: todo eso es cárcel para el ser humano.

De hecho, los pensadores más avanzados de nuestro tiempo ya están hablando, incluso, de no pasar toda la vida con una sola pareja, porque es un modelo obsoleto de la vieja época del machismo, donde el hombre poseía a la mujer como su propiedad, contra toda naturaleza biológica de nuestra especie, generando depresión, dependencia, suicidios, engaños, frustración y todo lo que ustedes ya saben que estamos viviendo actualmente con nuestras parejas, con el paso del tiempo, aunque lo nieguen, aunque se engañen.

En fin, yo quería escribir aquí de los micros de Ensenada y creo que ya me desvié demasiado. Pero nuestros métodos de transporte, así como nuestras relaciones, la política, y muchos otros temas, tienen que empezar a abordarse en medios de comunicación, círculos de amigos y en todos lados, desde una nueva óptica, una muy distinta, antes de que sea tarde y de que quizá no nuestros hijos, pero sí nuestros nietos y bisnietos, empezarán a padecer. Y a maldecirnos por necios y cortos de miras. Yo de perdida así no quiero ser recordado. Allá ustedes.

Bueno, ya. Ahora sí me voy al tema local: los micros.

Tengo como 12 años siendo reportero en esta ciudad. Desde entonces, recuerdo las grandes presentaciones con power point del gobierno municipal en turno sobre la «modernización del transporte público».

Y ahí estaba Catalán, y luego Mancillas, y luego el otro mono, y el otro, poniendo fotos de camioncillos bien padres, con choferes uniformaditos y paradas que parecían los puertos del ferry que te lleva de Cancún a Isla Mujeres. Primer mundo.

Todos esos ediles se regodeaban en sí mismos, en su visión progresista. Y ahí íbamos los reporteros a transmitir sus mentiras. Pasaba el tiempo y lo único que ha sido realidad en el primer año de cada nueva administración es el chingadazo de aumento al precio de los mismos camiones destartalados.

¿Se han subido últimamente? Es como viajar en el tiempo a 1986, cuando menos, que es de los primeros años que tengo memoria. Con los estragos del tiempo, obvio: asientos rotos, bancas caídas, hoyos en la carrocería… Y eso que me imagino que ya más de una vez les han dado sus «carroseadas».

Los líderes transportistas siempre se defienden diciendo que los motores están nuevos. Y quizá sí, pero entonces sólo les pediría que dejarán de ser unos ojetes mentirosos que, trienio con trienio, prometen, cuando están justificando su aumento a la tarifa, que ahora sí comprarán nuevas unidades «dignas del ensenadense», según sus palabras. Lo cual me hace pensar que sus unidades de mierda, a las cuales tienen el descaro de llamar «de primera clase», representan lo que ellos piensan que es el ensenadense: mierda.

Y bueno, órale; ponle que los camiones están feos y hacen parecer a la ciudad sacada de un cuento de realismo mágico, okey… estaría a todo dar si el servicio fuera otra onda.  ¿Pero qué pasa? De entrada, el chofer sí o sí trae su música de banda a todo volumen. Digo, el género es lo de menos, vivo en Ensenada y sé que el nivel educativo da para que la cabeza de la mayoría de la gente se llene con eso.

¿Pero narcocorridos? Ya ni chingan. ¿Qué tiene que hacer un niño o un pobre pelado cualquiera que sólo quiere transportarse, oyendo esa porquería a todo volumen? ¿Es un costo extra de usar los micros la migraña, el asco, la ironía de los buchones en un lugar lleno de asesinatos por narcotráfico? Me cae que está súper chido el gusto del chofer, pero en su casa. Y preferentemente con audífonos, aislado, como la bestia que es.

Ya que me animé a ser un grosero que le dijo bestia al chofer promedio que casi siempre me toca -seguro que anda por ahí el decente-, ahora sólo hay que imaginar cómo maneja… si se le hizo tarde para pasar por su punto de revisión, el güey de Rápido y Furioso es un pendejo a su lado: se pasa altos, acelera a tope, se pone histérico, hace un relajo… una vez una ex novia me platicó que de la Escuela Normal Estatal a su casa en Villa Colonial, hizo 10 minutos; que se golpearon dos señoras, que los niños venían llorando y que la gente venía agarrada al asiento como bebé a la teta.

Qué cosa tan fea cómo manejan. Yo como ciclista puedo decir que más de, híjole, no sé, 100 veces, he estado a punto de ser aplastado, y todas por microbuseros. Es obra del poder de Krishna, un gesto de Francisco y un milagro de Jesús que no hayan más accidentes de esos tipos. Las bendiciones de sus madres, diría mi madre, los mantienen con vida. Y las miles de vidas que llevan con ellos.

Y luego adentro del micro es una caricatura… he visto calcomanías diciéndole a le gente, de facto, que no se hagan «tarugos» y que paguen. Que le griten al chofer la parada porque está sordo -quizá les parece mejor eso que bajarle a la música-. Que no molesten al conductor cuando viene noviando. En serio, se pasan. Ese es el respeto que le dan a la gente. Peor que a los animales.

Claro que la gente que se sube luego sí parece animal. Nunca falta la gorda desparramada en el asiento para discapacitados. O el cholo con los corridos en el celular sin audífonos. O los estudiantes que vienen haciendo escándalo bobo. O el clásico ojete que no le quiere dar el asiento a la viejita húerfana desahuciada que viene cargando al nieto -bueno, exageré, pero ya saben cuál es el punto-.

Todo ese comportamiento no significa que ese sea el transporte que se merece el ensenadense. Por ahí dicen  que una sociedad se mide por el trato que da a sus mujeres y sus animales -cosa que me da risa también por la trampa del lenguaje-. Yo agregaría que una sociedad también debe medirse por la calidad de su transporte público.

Una ciudad con menos automóviles es una ciudad con menos contaminación y con menos gente gorda. La obesidad es el principal problema de salud al que se enfrenta nuestra especie. Ya hablé en un artículo anterior sobre eso. Así que debemos alzar la voz y pugnar por un transporte digno, barato y eficiente. Todo lo contrario a la porquería que tenemos en la actualidad.

La experiencia me dice que en unas semanas el tema se debatirá en cabildo, se darán mil justificaciones y se nos ensartará otra vez con un aumento desgraciado. También me dice que un grupo mínimo de ensenadenses se manifestará, habrá un pedote en redes sociales y, pasado un tiempesillo, el tema se olvidará y se seguirá con la vida de aguante casual que llevamos.

La verdad es que yo no soy ningún dador de verdad, valga la redundancia. La palabra final la tendrán los ensenadenses que se logren, o no, organizar.

Dejar el vehículo para actividades realmente indispensables, hasta que no se utilice energía sustentable, depende en gran parte del buen o mal transporte público que tenga la ciudad. Dicho está.

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