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Una indigna realidad

Por Martín Espinoza Guerrero

Ensenada.- Con dolor tomo el teclado esta noche. Desilusión de la raza humana. Viendo cosas que uno no se imagina, que las ve lejanas. Pero al enterarse que ocurren a solo unos pasos, en nuestro mismo contexto, con gente no muy diferente, con las mismas leyes, que ha tenido las mismas vistas en los mismos campos, y caminado las mismas calles. Gente así, como uno, vive destinos terribles y se convierte en terribles personas.

Mi madre me preguntó hace poco si había oído algo de cierto caso. Yo lo negué, no suelo enterarme enseguida de asuntos amarillistas. Pero al humano lo conduce la curiosidad, la inquisición, y a veces el morbo. Y encontré algo que desearía no haber encontrado.

Para los que no saben, la mención es rápida, no soy periodista. Una persona con un cargo en una inspección (de esas de escuelas) mandó al hospital muy malherida a una niña, que posteriormente falleció. Las evidencias indican crimen de origen sexual. Y según esto, la niña llevaba años siendo abusada en su núcleo familiar.

Lo que llama mi atención es que dicha persona tenía varias llamadas de atención por parte de jóvenes de escuelas en que trabajó.  Declarándola como alguien con actividades “extrañas”. Posteriormente, la  mujer fue asignada a un puesto lejos del alumnado, “por razones desconocidas”.
Esto pone mi indignación en un asunto específico: la protección que se le da a funcionarios de sectores gubernamentales. Uno piensa que el fuero es especial para señores que salen en las pancartas y en los comerciales antes de ver una película, pero es un asunto casi mafioso.

Recuerdo un día en que fui a acusar a un maestro a la dirección por que estaba haciendo abuso de poder sobre mis calificaciones, sin fundamento académico, el señor me quería reprobar.

La respuesta que tuve fue: “Mira mijo, el Maestro Fulano es una persona con mucha antigüedad en el plantel.” Y ya. O sea, “nos vamos a hacer de la vista gorda mientras un hombre obviamente no adecuado para tratar con adolescentes, trate con adolescentes.” Y en ese tiempo, el directivo al que acudí parecía ser la persona que más detestaba a los jóvenes. Algo así como Troncha Toro, pero con un bigote canoso.

Qué pasa con este sistema? Cómo podemos regalarle nuestros niños a las fauces de gente que sólo busca un puesto que le de seguro social? Totalmente inclinado al trabajador y no al quien está obligado a atender.

Me remonta al caso curioso de los doctores en hospitales de gobierno. Me tocó ver muchas veces, ancianos esperando su cita muy de madrugada, cuando el frío carcome hasta a nosotros los jóvenes, puntuales a su encuentro con el médico, y para que a mera hora no llegara. Qué grosería.

No digo que todos los funcionarios de gobierno sean mala hierba. Pero debería de haber un sistema que localizara a los que sí lo son. Las reformas que deberían de verse son las que apuntaran a arrancarnos a esa gente que impide el cambio. Que retrasa un país que ve por sus componentes humanos. Uno al que no se le olvide cuándo hay niños y ancianos qué cuidar.




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